La Ruta de Casi, relato nueve

Castro, la ciudad más importante de la isla de Chiloé, es un lugar que no puede dejar de visitarse estando en la isla.

Lo primero que vi a la entrada de Castro fueron sus famosos palafitos:


El centro de Castro es como todos los centros: mucha actividad social y comercial, con calles atochadas de vehículos y allí en particular con muchos turistas. Cuando estuve allá lamentablemente estaban con obras de remodelación de la plaza, así que no pude verla. Lo que sí vi fue la iglesia de San Francisco, que es inmensa:


Buscando y buscando llegué a este mirador, donde tomé esta foto de más palafitos. La ruta que se ve al lado es la Panamericana:


Después de eso bajé a la costanera, lugar lleno de locales de comida típica y artesanía. También hay botes que ofrecen paseos por la bahía, así que decidí tomar uno.

El paseo dura unos 30 minutos, y la idea es pasar por los palafitos que están cerca del lugar, después una lobera y el fiordo de Castro, todo amenizado por el guía, un chico de unos 12 años bien simpático que nos iba contando entre tallas muy buenas la historia de la ciudad:






Esa camioneta no debería estar allí:


Me impresionó la hermosa vista de la ciudad que uno tiene desde la lancha, con la iglesia dominando todo. Según nos contó el guía, una ordenanza municipal prohíbe la construcción de edificios altos en Castro, pues la iglesia debe ser la que se vea desde todos lados; una ordenanza muy oportuna, como pocas:




La lobera:



La última foto del paseo en lancha:


Cuando llegamos al muelle ya estaba lloviendo, y la moto estaba toda mojada, así que decidí ir a almorzar esperando que deje de llover. En algún restaurante bonito me comí un cancato, rico también.

Después de almorzar seguí al sur, y llegué a Vilupulli, para visitar la iglesia del lugar, del mismo nombre. La iglesia de Vilupulli se emplaza en un pequeño caserio de cara al mar, sobre una pequeña colina. Es muy lindo el lugar:


Un poco de la costa del pequeño lugar:


Y esta foto que más parece portada de película de aquellas como Profecía:


Pasé entonces a Chonchi, donde conversé harto con la niña de la oficina de turismo. Por la hora, y por lo mucho que se podría hacer en Chonchi, decidí irme a Quellón y dormir allí, para al día siguiente pasar por Chonchi y recorrer el lugar con harta luz de día.

El camino a Quellón es una montaña rusa. Desde Chonchi son 73 kilómetros aproximados, de un camino en buen estado, y lleno de cuestas, lo que lo hace algo divertido.

Después de disfrutar la ruta, llegué a Quellón, ya casi de noche, así que tomé un par de fotos y me dediqué a buscar hospedaje.






Encontré hospedaje, no muy barato. Por lo cansado que estaba no seguí buscando pues lo único que quería era descansar.

Vi un poco del iniciado festival de Viña y dormí. El día siguiente me tenía varias actividades preparadas, así que necesitaba descansar bien.