Friday, March 16, 2007

La Ruta de Casi, relato siete


Lunes 19 de febrero, y era el día de iniciar la última parte de la primera mitad de mi viaje: recorrer la isla grande de Chiloé.

Preparé algunas cosas en la casa de mi viejo, en la mañana, y pasado el medio día salí rumbo a la isla. El día estaba precioso, así que salí con todas las ganas de disfrutar la jornada que me esperaba.

La ruta finalmente realizada fue:


Llegué a Pargua pasado las 15:00 horas, para tomar el transbordador. Tuve que esperar un rato. Había una larga fila de vehículos, pero en la moto pude llegar hasta casi el transbordador para esperar abordar:


Estiré un poco las piernas y llegó el momento de abordar. Subí al transbordador, me aseguré que la moto quede bien parada y recorrí un poco el barco para tomar algunas fotos:




En eso estaba cuando de un costado del barco, en algo parecido a un mirador, una pasarela a la altura del cuarto de mandos, empieza a salir un humo naranjo, mucho humo naranjo.

Y era la alarma de emergencia la que fue activada. Una señora inocentemente se agarró del cordel que sirve para destapar la alarma, y en un movimiento brusco, accidental, lo activó. Como imaginaran, quedó la escoba: la señora apenas vio tanto humo naranjo, saliendo a destajo, bajo corriendo las escaleras, huyendo del lugar, con unas cuantas personas más que estaban cerca; los tripulantes corriendo, mirando, preguntando que qué sucedía, no entendiendo nada; y el capitán del barco, bueno, al enterarse de que fue un accidente (tonto) se puso rojo como tomate de enojado, pues ahora tendría que avisar por radio a las demás embarcaciones y a tierra que no sucedía nada, que todo fue un mal entendido.

La última vez que vi a la señora estaba pidiendo disculpas al capitán, rogando que todo fue un accidente.

Y de hecho, fue un lamentable accidente:



Después de eso y de unos treinta minutos aproximados en el barco, llegamos a Chacao, en la isla, y yo me puse a rodar queriendo llegar a Ancud lo antes posible, pues el día estaba ya bien entrado y quería llegar en esa jornada hasta Castro.

Llegando a Ancud:


Lo primero que hice al llegar a Ancud fue llenar el estanque. Después fui a la oficina de información turística para ver qué lugares podría recorrer en lo poco de tarde que me quedaba.

Salí de la oficina de información, me fui al estacionamiento donde estaba la moto, y estaba feliz de la vida mirando los mapas para decidir qué lugares visitar, cuando un auto empieza insistentemente a tocar la bocina. Yo me hice el leso, pues pensé que no era para mí. Pero resultó que sí, que era para mi, y grande fue mi sorpresa cuando reconocí a Armando, un motoko que conocí en Maullín.

Armando andaba (en el encuentro en Maullín) con sus dos hijos, Miguel, de 21 años, y el menor, que lamentablemente no recuerdo su nombre. Andaban en dos motos tipo custom, marca Loncin o Lifan, no recuerdo muy bien, de 250 y 150 cc.

Hablamos un rato en una bencinera cerca donde lo estaba esperando Miguel, y nos fuimos para su casa, pues me invitó a quedarme allí por la noche.

Después de estirar un rato las piernas, nos fuimos a rodar, pues Armando quería mostrarme algunos lugares de Ancud.

Íbamos felices pisteando a lo campeón cuando Armando para al costado del camino y me avisa que se devolverá a la casa pues se le quedó el celular y lo necesitaba para comunicarse con Miguel. Así que me quedé en el lugar esperando, y tomé unas fotos:




Llegó Armando de regreso y me llevó a una picada en Quetalmahue, un pueblo que creo está aproximadamente a 12 kilómetros de Ancud. Allí fuimos a un restaurante donde Armando es cliente habitual, y me invitó unas empanadas de marisco y carne deliciosas, las mejores que he comido hasta ahora.

Después llegó Miguel con su mamá y hermana chica, y estuvimos harto rato conversando todos, muy agradablemente.

Seguimos rodando después y Armando me llevó al museo prehistórico Puente Quilo, museo levantado por Serafín González en el patio de su casa:



Lamentablemente, y como sucede con muchas cosas en Chile, el museo se mantiene con el aporte voluntario de los visitantes, pues no tiene ningún auspicio privado o del estado.

Han habido anuncios que prometen la construcción de un museo como corresponde, pero pasa el tiempo y no pasa nada. Esperemos que en el corto plazo el proyecto se lleve a cabo, pues las piezas que Serafín a logrado mantener son únicas y de valor incalculable.

Acá junto a Serafín, amante de coleccionar todo lo que ha encontrado en el patio de su casa por tantos años:


Fuimos luego a la playa Lechagua, una playa hermosa, muy extensa, y entera de arena. Deliciosa la playa:



Entonces nos devolvimos a la casa de Armando, donde compartimos un asado que Miguel hizo junto con algunos amigos, todos bien simpáticos. De sobre mesa, Armando nos contó muchas historias, cuál de ellas más divertida... Armando es un excelente contador de historias, y es demasiado gracioso. Un placer haber estado con él y su hijo compartiendo esos momentos.

Acá ellos:


A la mañana siguiente y después de tomar desayuno junto a mis amigos, continué mi viaje, muy agradecido de la hospitalidad de una muy linda familia en Ancud.

Antes de irme de Ancud, pasé por la Plaza de Armas de la ciudad:


Mi siguiente destino era Quemchi, así que después de recorrer desde Ancud 41 kilómetros al sur y 22 al este, llegué a un pueblo costero muy agradable. Se respiraba por todos lados tranquilidad. Todo era silencio, calma:


Tanta calma que la gente en la plaza se sentaba a leer, a disfrutar con un buen libro:


La Plaza de Armas de Quemchi es pequeña, pero muy linda. Esto supongo es la "catedral" del lugar:


Pasé en el mismo lugar a la oficina de información turística, donde me enteré que tres kilómetros al sur, por un camino de tierra, está Aucar, una isla que es un jardín botánico, donde se accede por una pasarela de 500 metros de longitud, toda de madera, así que decidí ir.

El camino no estaba tan malo, tampoco era de los mejores. Algunos tramos con harto ripio, pero por lo menos hasta Aucar no me costó tanto andar.

Llegué al lugar, y me pareció bastante lindo. La pasarela es simplemente impactante:



En la entrada al jardín botánico había algo parecido a una oficina, donde pensé estaba el cuidador cobrando los $300 que, según un cartel a la subida de la pasarela, valía la entrada al lugar.


Resultó que en la oficina esa no había nadie. Sólo vi un escritorio, un par de posters pegados en las paredes, y un colchón.

En el lugar había una iglesia y cercano a ella un cementerio, imagen que se repetiría a lo largo de toda la isla:



Mientras estuve en el lugar hubo pocos visitantes: un par de niños jugando por allí, y una familia de unas 5 personas que llegaron cuando yo ya me iba.

Ya cuando decidí irme del lugar, tomé esta foto:


Regresando por la pasarela, este amiguito:


Ya tenía que seguir rondando. Mis intenciones eran llegar hasta Dalcahue ese día, pasando primero por algunos lugares en el camino. Decidí irme por el camino de tierra, que resultó ser malo, pero muy lindo de paisajes, como siempre me pasó en el viaje.

Y ya era hora de continuar:


La isla empezaba a maravillarme, y no sabría hasta cuando estuve en el continente de nuevo, que finalmente la isla me maravilló...

1 Comments:

Blogger durandal said...

Mi foto favorita es esta.

Aunque la prefiero así.

d.

10:18 AM  

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